La muerte en Julio Ruelas

 

Sonia Viramontes

 

«Que me sepulten en el Cementerio Montparnasse. Y si no es mucho pedir consiga usted una fosa contigua a la barda que da al boulevard para que desde allí pueda yo descansar oyendo el taconeo de las muchachas del barrio…»1

Con estas palabras se despidió del mundo el pintor y grabador mexicano Julio Ruelas, según cuenta Olivier Debroise, celebrando en esta última pincelada de palabras el poderío con que decidió enfrentar su vigorosa vida de artista. Descansar oyendo el taconeo de las muchachas del barrio, es una manera de mostrar el carácter absurdo de la mortalidad. Descansar con el ruido del mundo y no del ruido del mundo, es el punto en el que Ruelas sitúa el despropósito de la muerte. Qué sentido puede tener lo que está fuera de toda razón. Ninguno, porque la muerte es lo real, lo realmente intolerable porque no existe más que como una imagen pulida e iluminada de la existencia. La idea de muerte no es la muerte, es sólo una idea, un sentido asignado desde fuera. La muerte es como la piedra, silenciosa y áspera, de tacto grosero y rugoso, de terreno escabroso y difícil trato. De ahí que el artista se esmere en  desdoblarla en un divertido más allá que no hace más que constatar su ausencia; su carácter efímero y frágil, breve y quebradizo, delicado como la vida de un insecto. La muerte en Ruelas es el pretexto para hablar de un artista que mostró un aventajado desempeño en la Academia de San Carlos, y que muy pronto obtuvo una beca para realizar una estancia en la Academia de Artes del Karlsruhe en Alemania, donde entró en contacto por primera vez con las tendencias del arte europeo. Después de este primer viaje, Ruelas volvió a México como una figura importante de los círculos artísticos e intelectuales de la capital. Formó parte del grupo fundador de la Revista Moderna en 1898, y regresó a Europa para establecerse en París hasta el año de su muerte, en 1907.  Julio Ruelas sobresalió como excelente dibujante y pintor. Aprendió bien la técnica del aguafuerte y la explicitó en todas aquellas  ilustraciones que hizo para la Revista Moderna. Los temas que eligió para representar sus obras muestran de alguna manera lo que consideraba eran sus preocupaciones fundamentales: el amor, la muerte, la opresión, la angustia y la desesperación de ser humano. 

El dolor y la sombra de creaciones atormentadas que encuentran en sus alegorías una manera de acercarse profundamente con el mundo, más allá de lo visible y de lo cotidiano, encuentra en sus figuras fantásticas de híbridos, sátiros, centauros y faunos, el medio para expresar la trasmutación de las formas: la mágica metamorfosis que se produce en quien observa a estas criaturas de carácter desenfadado y festivo. La transformación de algo en otra cosa, la mudanza de un estado a otro, el cambio que se experimenta en la forma, las funciones y el género de vida.

Ruelas ofrece la imagen de la mezcla. La confusión que se produce entre el placer, el peligro y la violencia de incorporar unos cuerpos a otros. Dionisiaco como parece haber sido, intuyó la dilución de las fronteras entre los más bajos instintos y el comportamiento civilizado de la humanidad. Pudo entonces materializar y dar rostro a la metáfora monstruosa que es lo humano. El instinto del alacrán,  la bestia que se alimenta con carne humana, el gigante que sólo crece ante los enanos, el pequeño que dispara a los moscos, el buitre que se paraliza por una extremidad, la domadora de cerdos que se divierte con ver a los monos cabalgar y el que se aterra con la fe. Todos estos personajes de sus cuadros nos aproximan con cierta nitidez a la visión trágica que tuvo del mundo. Ruelas percibió con inteligencia que el hombre es todas las formas. Todas sus formas. El hombre es bueno, amable, generoso, sensato, simpático, comprensivo, piadoso, cruel, desalmado, salvaje, intransigente, egoísta, perverso y despiadado.

El arte no se olvida de esta condición y explora en el lenguaje de sus gestos los símbolos que producen las mejores formas. El artista asume el desafío y se sumerge en la imaginación para traducir el impulso del oscuro secreto. Rompe los cuadros establecidos y reúne los extremos inesperados para estimular una nueva forma de ver las cosas. Un nuevo punto. Una expresión sensible que sintetiza de golpe el conflicto entre las fuerzas instintivas y mentales.  No para iluminar, sino para mostrar la imposibilidad de ver. No para explicar, sino para manifestar que no hay nada que entender. Y así  Julio Ruelas construyó un poema antes de morir para indicar que el contacto directo con la muerte se revela indeseable, invisible, inasible, vaporoso, tenue, incomprensible. Que no hay evidencia en primera persona de tal acontecimiento y que más que nunca se desnuda la imposibilidad de ver la propia muerte. El encargo a sus amigos sobre el lugar en el que reposará su cuerpo para siempre presenta de hermosa manera el juego que ha sostenido con esa presencia silenciosa. Para descansar oyendo el taconeo de las muchachas del barrio, es el ejemplo de que en ningún caso abandona la muerte su opacidad, por más bella y lúcidamente que se diga.

La muerte de Ruelas no es la idea de la muerte, sino la muerte del cuerpo de un hombre que apenas vivió 36 años.  Podría decirse para seguir en el mundo del ensueño que su vida fue breve y mágica como la de una mariposa.  Que contuvo la potencia de un excepcional dibujante, que salió muchas veces de la oruga para alzar el vuelo y mostrar el oscuro secreto de los gusanos de seda. Que con el aliento vital de la mariposa, jugó entre las flores con el alma de un guerrero caído en los campos de batalla. Un guerrero que acompañó al sol en la primera mitad de su curso visible, para luego descender a la tierra y darle paso a ella más que a su obra; pero parece que no puede escapar de las  transformaciones lepidópteras, aún muchos años después de haber dejado su cuerpo hundido en la tierra de París.  Hoy recordamos su talento en las más de 250 obras que  realizó en su vida. Ante una muerte que parece no tener fin, como una mariposa que duerme por cien años.

   Dice Julieta Ortiz Gaitán:

 

Don Jesús Luján tomó por su cuenta el mecenazgo de la obra de Ruelas, misión que lo llevó a la adquisición del lote en el cementerio donde habría de ser inhumado un día después de su muerte, el 17 de septiembre de 1907; más precisamente en la División 26, Línea Este 26, Tumba 16 Norte, cerca de la Rue Émile Richard. Dos días antes de morir, Ruelas le encargó a un amigo que partía para México: «Salúdeme usted a don Justo Sierra, y dígale que no me vaya a quitar la pensión, que yo trabajaré mucho para que no me la quite, […] Yo no podría vivir en México,  quiero morirme en París».2

 

Enterrado por su amigo Jesús Luján en París, encontró de alguna manera la forma de descansar para siempre, muy cerca del ruido  que regocijaba su espíritu y su carne. «Precisamente en esa ciudad francesa ha dormido un sueño de casi cien años, en un sepulcro costeado por su amigo Jesús Luján, y donde el escultor Arnulfo Domínguez Bello (también pensionado en París por Justo Sierra) cinceló en el mármol doliente la musa que llora la eterna partida del artista».3

   Tres años después de su muerte, Arnulfo encontró a una muchacha del barrio  que aceptó cerrar sus ojos y abrazarlo para siempre. La magia del arte hizo posible su transformación en piedra; cuando la sorprendente mutación se había producido, el afanado escultor,  dulce y amablemente la fue escurriendo sobre la tumba de Ruelas. De esta forma simbólica Domínguez Bello sostiene al amigo en la forma pétrea que le llora y lo abraza para siempre. Una piedra que conserva el olor humano del reconocimiento y la amistad.  La prueba de que el movimiento de la vida es doble. La certeza de que entre la piedra bruta  y la piedra tallada se produce la mezcla entre lo humano y lo divino. El gesto de no ser más que la tierra. De aterrarse ante ella y dejar que cubra el cuerpo cuando ha dejado de ser. El escultor  se convence de que la materia pasiva de la piedra, señala el paso de una forma a otra,  y juega a sostener la admiración sin reserva para el artista. 

La nota que  interrumpe la quietud de su muerte, es la curiosa noticia de que:

 

Esta trágica mujer de mármol, la musa  que llora desolada la partida del artista, obra de Domínguez Bello, corre el peligro de verse reducida a escombros junto con el resto del monumento, por las disposiciones administrativas del cementerio de Montparnasse. Hay que señalar que la escultura se encuentra seriamente dañada por el tiempo y la erosión de factores ambientales; particularmente presenta una grieta profunda en el cuello, que puede causar el desprendimiento de la cabeza «yacente».

Según consta en la «nota explicativa» de la Dirección de Parques, Jardines y Espacios Verdes de la Alcaldía de París, se requiere la renovación de la concesión del uso de la propiedad. Es necesario presentar las escrituras del lote o los documentos testamentarios por parte de los herederos del propietario, en este caso Jesús Eugenio Luján (Jesus Eugène Lujan, según consta en el registro del Cimetière Montparnasse como nom de l’acquéreur), que certifiquen la concesión número 178 P 1907, adquirida el 17 de septiembre de 1907. Esta «reivindicación» debió llevarse a cabo en noviembre de 2004, o bien en un nuevo plazo con vencimiento en noviembre de 2007.4

 

En esta segunda muerte, como la llama Anne Marie Mergier en su reportaje sobre el asunto en la revista Proceso, aparecemos nosotros en la necia ilusión de no dejarlo ir. Pero aunque tomemos las cosas, éstas se nos escapan porque nuestras manos son porosas, escurridizas. Ésa es la prueba de la existencia de la carne.

Ruelas ha muerto, y por más que soplemos para mover el aire con silbidos, su cuerpo está en un rincón vacío del mundo. El lugar que se reserva para cuando somos arrojados del discreto paso por los dioses. Pensemos pues, por conveniencia, que un dios ganó su nombre y nos dejó sus accesorios y que hoy sacamos lo que llevaba en los bolsillos para que el sueño se propague por las arrugas de nuestros cuerpos, hasta repetir mil veces que los taconeos nunca serán suficientes para los que duermen más de cien años. Que aprendemos con dolor a tragar el rostro de la muerte que los dioses dibujan sobre nuestra piel.

Descansar oyendo el taconeo de las muchachas del barrio era la clave de entrada al dios del caos que todo lo disuelve. Un dios que duerme con los cuentos y olvida ordenar lo que tiene en casa, por eso es que en el caos no hay jerarquías ni distinciones. Todo es nada y Nada es todo. Confundido para siempre en la indeterminación. Por eso es que si no es mucho pedir, les pido a mis amigos que guarden la fuerza necesaria para el último de mis cuentos.

 

 
 

Notas:

 

1. Debroise, Olivier, “Julio Ruelas: Escenografía para una muerte inspirada”, http://www.arte-mexico.com/critica/od49.htm.

2. Ortiz Gaitán, Julieta, Lo inmediato, Revista electrónica Imágenes del Instituto de Investigaciones Estéticas, http://www.esteticas.unam.mx/revista_imagenes/inmediato/inm_ortiz01.html.

3. Íbid.

4. Íbid.


 

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